Ciencia y ética


El problema fundamental que surge al separar el contexto de aplicación con respecto a los demás contextos es la responsabilidad ética del científico frente a la ciencia aplicada o a la tecnología.

La ciencia pura estaría conformada por la in­vestigación científica y el conocimiento que esa investigación produce. La ciencia aplicada se construye, sobre la base de elementos de la cien­cia pura, para la resolución de los problemas prácticos de la sociedad. La tecnología toma teo­rías científicas y las adapta para determinados fi­nes. Por ejemplo, la investigación a efectos de desarrollar una vacuna contra un virus, la cons­trucción de un túnel subfluvial o el desarrollo de una nueva computadora, por ejemplo.

La confianza y la credibilidad que inspira la ciencia en las sociedades actuales es casi indiscuti­ble, aun cuando se manifiesten ciertas fallas en su desarrollo y en las consecuencias sociales que aca­rrean sus aplicaciones. Un solo descubrimiento científico puede cambiar radicalmente el curso de la historia y el modo de vivir de una generación. Los investigadores científicos, por lo tanto, realizan un tipo de acción muy importante, y por ello tie­nen una gran responsabilidad ante los demás seres humanos, por las consecuencias que sus hallazgos implican. Puede suceder que las investigaciones de un científico sean mal utilizadas o que conlleven un fin destructivo. Es entonces cuando esas inves­tigaciones entran en el campo de la ética.

La aplicación de la ciencia produce reme­dios, pero también, armamentos. La explicación de la estructura del átomo permite aprovechar la energía nuclear para la paz o para la guerra. Hay productos industriales que satisfacen nece­sidades básicas del ser humano, pero las nubes tóxicas de las fábricas producen contaminación Se arrojan desechos tóxicos al mar. Se fumigan plantaciones con pesticidas, que luego originan deterioros en el organismo de seres humanos y de animales. La ciencia puede ser y es utilizada para la guerra, la agresión y la destrucción. ¿Qué responsabilidad ética le cabe al científico respecto del uso o de la acción de sus investigaciones? ¿Es posible que el desarrollo de la ciencia sea compatible con el exterminio sistemático de miles de seres humanos?

Postura ciencia martillo
Para algunos epistemólogos, como los argentinos Gregorio Klimovsky (1923) y Bunge (1919), debe distinguirse la ciencia como expresión del conocimiento y la racionalidad del hombre de su buen o mal uso por parte de las institu­ios, gobiernos y políticos. Para estos pensadores, los científicos no son responsables del uso que el poder político-económico haga de las teorías científicas fuera los laboratorios. La ciencia es como un martillo que, a veces, se usa para clavar lavo y otras, para aplastar la cabeza de una persona.

Para Bunge, todo avance científico es beneficioso, y la ciencia es neutra. Sin embargo, hay productos tecnológicos, como la ametralladora, que solo sirven para matar. Mientras que con explosivos también se pueden abrir túneles, la instrumentalización inadecuada de la ciencia es responsabilidad de los políticos. La solución, para Bunge, es una "ideología científica" que, con la ayuda de la mejor ciencia, organice los proyectos más convenientes para la sociedad.

Según Klimovsky, el deber ético del científico es interesarse no solo por las implicaciones sociales y humanas de lo que hace y señala por lo que perjudica a la sociedad sino también, por las soluciones posibles y convenientes que los políticos deberían implementar. El científico no debe venderse a quien más le pague sin considerar las circunstancias éticas, sino, por el contrario, debe desarrollar sus conocimientos al servicio de la justicia y de la paz.




Postura de la no neutralidad
 

El filósofo argentino Enrique Mari (1927-2001) es uno de los principales opositores a la distinción entre producción científica y el mal uso o errónea aplicación de los conocimientos científicos por parte de los gobiernos, los Estados o las grandes empresas. Esta distinción, sostiene Mari, no tiene en cuenta las peculiaridades que asumió producción científica en el siglo XX. Este siglo ha visto proliferar una serie de teorías científi­cas que son en sí mismas mortíferas, es decir, que emplean recursos lógico-metodológicos pa­ra generar la destrucción del hombre y de la na­turaleza. Son teorías destructivas en sí, que sa­len de la labor de científicos y de técnicos que trabajan al servicio de Estados militar-industria­les, laboratorios o instituciones. Un ejemplo dado por Mari es el de la bomba neutrónica. No hay, en este caso, buen o mal uso dependiente de la política, sino una teoría mortífera que genera una bomba que destruye a los seres vivos y deja intactas las cosas materia­les, como edificios e instalaciones. Entre la teo­ría sobre la fisión del átomo y la creación de la bomba neutrónica, existe un trabajo científico con una finalidad específica. Así también, entre las teorías de los físicos sobre la energía nuclear y la producción de los distintos modelos de bombas atómicas, hay un tramo de tecnologías, teorías científicas y expe­rimentos que complementan la teoría nuclear inicial, que son responsabilidad del científico. Para Mari, ningún científico puede afirmar que "mi tarea es proporcionar conocimiento y el uso que se haga del conocimiento no es de mi res­ponsabilidad".
 

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